
Los suelos se dividen en clases según
sus características generales. La
clasificación se suele basar en la
morfología y la composición del suelo,
con énfasis en las propiedades que se
pueden ver, sentir o medir por
ejemplo, la profundidad, el color, la
textura, la estructura y la
composición química. La mayoría de
los suelos tienen capas
características, llamadas horizontes;
la naturaleza, el número, el grosor y
la disposición de éstas también es
importante en la identificación y clasificación de los suelos.
Las propiedades de un suelo reflejan la
interacción de varios procesos de
formación que suceden de forma
simultánea tras la acumulación del
material primigenio. Algunas sustancias
se añaden al terreno y otras
desaparecen. La transferencia de
materia entre horizontes es muy
corriente. Algunos materiales se
transforman. Todos estos procesos se
producen a velocidades diversas y en
direcciones diferentes, por lo que
aparecen suelos con distintos tipos de
horizontes o con varios aspectos dentro de un mismo tipo de horizonte.
Los suelos que comparten muchas
características comunes se agrupan en
series y éstas en familias. Del mismo
modo, las familias se combinan en
grupos, y éstos en subórdenes que se agrupan a su vez en órdenes.
Los nombres dados a los órdenes,
subórdenes, grupos principales y
subgrupos se basan, sobre todo, en
raíces griegas y latinas. Cada nombre
se elige tratando de indicar las
relaciones entre una clase y las otras categorías y de hacer visibles
algunas de las características de los
suelos de cada grupo. Los suelos de
muchos lugares del mundo se están
clasificando según sus características
lo cual permite elaborar mapas con su distribución
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